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Este es un libro repleto de resonancias literarias. En sus tripas el lector hallará el eco de los grandes escritores contemporáneos, propios y ajenos: Borges, Sabato, Pessoa, Lorca, Cernuda, Blas de Otero, Claudio RodrÃguez, las hermanas Brontë, Steinbeck, Jane Austen, Luis GarcÃa Montero, Gloria Fuertes, Marta Sanz... Hasta la fecha Agustina Pérez se habÃa situado en el reverso de la página, al lado del taquÃgrafo, a la escucha del dictado de otra voz. Esta lectora perspicaz dio, al fin, un paso hacia adelante, se quitó de encima los complejos y emergió como una gacela elegante y veloz hacia la libertad de las palabras.
Contar lo mÃnimo responde a la voluntad de la autora de ir a la esencia de la vida: la memoria personal y colectiva, el recuerdo de la madre y del padre, también el de los mayores y amigos que ya no están. La evocación de la infancia perdida —o ganada— para siempre es primordial, como lo son también los objetos de antaño: la radio, el desván —o sobrado, como lo llaman en Zamora—. El pueblo de los abuelos es una constante insoslayable, la lectura como acicate de la vida, su correlato lógico en tantas décadas de dedicación a la docencia. Hay un afán también por decir la verdad —o las verdades—, aunque escuezan. Agustina es incisiva y educada a un tiempo. Sabe decir las cosas por su nombre. Vayan la verdad y la palabra por delante. Todo ello lo expresa desde la rotundidad de los textos aquà reunidos: prosas más o menos breves e indelebles, aforismos o vilanos —palabra cuyo conocimiento se lo debe la autora a Vicente Aleixandre—; microrrelatos que nos cogen con el paso cambiado para nuestra suerte como lectores.
Estos textos aquà reunidos son bellos e incontestables a la vez, escritos en la lengua rica y dura de la tierra castellana de donde procede la autora. Literatura pura que emana como un torrente lÃmpido o un rÃo que fluye en el pensamiento de los lectores que tengan a bien acogerlos en su regazo.