«De un lado del tapial la llaman con un nombre y del otro lado le dicen brocamelia, pero la planta está del lado que la llaman rosa de Jericó. Como no es egoísta, da flores para los dos lados y estas comienzan siendo grandes y blancas para marchitarse cambiando al rojo, como avergonzadas, pero siempre muy hermosas». La rosa infinita, flor que los poetas y los teólogos vienen soñando desde hace siglos, tiene también, como este fragmento lo propone, su lado «vecinal». En la cima de ese tapial, frontera frágil entre lo íntimo y lo público, la rosa de Jericó brinda, a todos por igual, su generosa belleza.
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