El amor debería estar prohibido (treinta escenas —que son una— sobre el desamor, para una actriz, un actor y un perchero) es un homenaje al actor y al teatro, que llevan veinticinco siglos en crisis y ahí están, eternamente moribundos y tan sanos. Porque al final no existe la palabra ni el personaje, solo ellos. Un actor y una actriz. Y un público, distanciado o no. Siempre ahí. Partiéndose la cara. Ellos son, en definitiva, el teatro. Y no hace falta nada más, ni menos, para que un escenario se llene de alas y de vida. |