Gabriela Kizer escribe de la pulsión de lo mistérico y de la materia, que son lo mismo, y desde ahí emprende un viaje en dos direcciones opuestas que se encuentran al final del libro, cerrando un círculo precioso: el de la genealogía a través del padre, de la abuela, la niña. La poeta describe con exactitud la aceptación del tránsito, de la irrealidad de la vida y sus motivaciones inescrutables, la de esos ríos en los que entramos y no entramos, y cómo somos y no somos los mismos. O la única lección que nos enseña la pérdida, con su firme y su ineludible cómputo de desengaños: No sabes cuánto lamento que este amor no te haya servido para vivir |