Si barroco es lo que se desborda afuera para enroscarse íntimo, ese movimiento es una estrategia para decirse a sí mismo. Ya nada se dice a sí mismo. El desborde del mundo –incluida la estrategia capitalista del despojo– fue tal que esa mismidad ya trae consigo varias vueltas de tuerca. Pero en la poesía de Reynaldo Jiménez sí: es un movimiento de desaparición para crear una intimidad completa. Claro que, avisado por Leibniz-Deleuze, hay un pliegue, una dobladura que es también aviso de salto: aquello permanece agazapado, latente, listo para el zarpazo –o menos bestia: para zarpar del puerto de Buenos Aires al siempre imposible Mar de Los Sargazos. Poesía que no amenace ya no recuerda que es poesía. No sólo que se defienda. Que amenace más allá de todo amén o así sea una memoria de un origen que nunca fue –se crea un origen tan ficticio en poesía que la materia salta feliz. |