Para hablar de Juan Hidalgo no cabe otro apelativo que el de «poeta raro»: aquel capaz de transformar la realidad por medio del lenguaje hasta hacerla funcionar como un koan zen: el acertijo cuya sola formulación ya es el paso hacia el camino del satori y la iluminación. Contagiado de la filosofía de su «padre», John Cage, de Duchamp, Satie, la filosofía oriental o el anarquismo, supo encontrar el verdadero valor y potencial del silencio, de lo que no se dice –porque no es necesario decir, o no puede decirse–, especialmente en una época en que la censura política y la sanción de sexualidades contrahegemónicas estaba incluso penada legalmente. |