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La última novela de Adolfo M . MartÃnez es, más que una novela, una pelea. Es una persistencia de los viejos elementos de Adolfo, en los que se cuela de rondón otro elemento maligno: la enfermedad que devasta al escritor y simbólicamente la sequÃa insistente que destroza su mundo.
Adolfo está ahà con su Ortega, con su Gesualdo, con su campo limpio y su Lawrence de Arabia, con su Villadaro, su Pedregoso y su Montbello, la geografÃa imaginaria que refleja su mundo real. Está en los detalles sórdidos de las prostitutas y los aprovechados. En su alabanza de corte (inglés) atemperada por su amor a la aldea. Está también en su manera de escribir caprichosa y errabunda, en esa sucesión de escenas y palabras, reflexiones y apuntes imaginarios sobre la realidad desconcertante.
La sequÃa es también un abrazo a la espiritualidad, cuando no exactamente a la religión. Esa discusión o confrontación de las diversas maneras de combatir la sequÃa, sea con métodos cientÃficos, seudo cientÃficos o rogativas, repasa los medios de afrontar la trascendencia, y esa es la batalla paciente de Adolfo.