El poemario se presenta dividido en cuatro cantos de 13 poemas cada uno, precedidos por un “Preludio”. Cantos que van subiendo de intensidad -temática y poética- desde un “allegro tranquillo”, en el primero, en el que recrea historias en torno a “Los libros”, hasta la gravedad del tono elegíaco del último, dedicado a la muerte de una persona que fue muy cercana pero lejana ya en el tiempo. En medio, un segundo dedicado a la música y un tercero en el que el mítico gladiador Espartaco y su lucha por la libertad son el marco para diversas reflexiones. Todos los cantos comienzan con el sonido de esa sexta cuerda que, sucesivamente, irá vibrando con “los nombres de las cosas sencillas”; con el “trino de los pájaros” y los sonidos todos del paisaje y de la ciudad”; con el “chasquido brutal del relámpago que anuncia convulsiones”; y finalmente, con la “vibración opaca de algo que sube de lo oscuro de las aguas”; y así quedan enlazados en la pieza musical común. Gracias a tan lograda estructura y presentación de los poemas, la variedad de temas y de formas que el volumen reúne -que aisladamente podrían haber parecido inconexos- conforman una unidad de sentido, que es también el sentido sin sentido que es la vida. Junto a ello, el título -muy acertado-, que es clave para la lectura del libro y que anuncia su sentido trágico, pues esa sexta cuerda es la que en una viola emite el sonido más grave, muy semejante en su acento, como saben los amantes su música, al lamento humano. |