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En los diarios no se habla de lo que se tiene que hablar; inventamos coartadas para no decir la verdad. Y lo hacemos porque no nos atrevemos a poner sobre el papel lo que nos pasa. Pero ¿es solo cuestión de falta de valentÃa y, por tanto, de un determinado talante moral que nos señala lo que es o no es honesto hacer o decir, o se trata de algo más? Hay un terreno de la propia personalidad, un espacio del propio vivir tan privado que es muy complicado sacudirlo, como si se tratara de un felpudo, a la cara de los demás; los propios humazos, las miserias privadas, ¿pueden servirle a alguien? Lo dudo. A nadie pueden interesar los amores de Gide con el hijo de su tutor, o los amantes que Thomas Mann nunca reflejó en sus diarios, o las continuas luchas que Zenobia tuvo que llevar en solitario, cargando sobre sus espaldas con todas las miserias de JRJ, que fueron muchas (y lo curioso es que hay un prurito medio reverencial en torno a esta figura, nadie se atreve a tocar estos temas tan pedestres y una cosa es su poesÃa, extraordinaria, y otra, su persona), sin apenas mediar palabra en sus diarios. Este tipo de privacidad forma parte de la biografÃa del que escribe, de acuerdo, pero ¿es significativo para entender y matizar alguna dimensión de su personalidad? ¿Importa que el lector sepa que Gide engañaba a su mujer, Madeleine, que lo adoraba y callaba ante sus continuos engaños? ¿Importa que JRJ fuera un ególatra caprichoso, una suerte de negrero inocente con vitola de esteta y un indigente social? A tÃtulo de chisme o de anécdota, o a la hora de valorar la dimensión humana, puede que sÃ, pero aquà lo que interesa es otra dimensión, la artÃstica, su obra. Sin embargo, hay que tener cuidado con estos temas, pues por este camino llegamos a J. J. Rousseau y la cosa se complica, o a Lillian Hellman, en los que sus obras —Las confesiones, Pentimento— son una pura e interesantÃsima urdimbre de mentiras para justificar una vida y unos actos poco ejemplares