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Con las manos temblorosas por el llanto y la sorpresa, Elizabeth Jameson deja el cadáver impoluto de su gato sobre la mesa de la cocina de Rita, su inquilina, también doctoranda de su hijo, Florian. El animal, de nombre Douglas, habÃa agotado sus siete vidas la noche anterior, y amaneció enterrado en una tumba improvisada en el jardÃn, donde debÃan ir las rosas.
Sin embargo, esa mañana, tras una procesión al supermercado para devolver el pienso que su mascota nunca llegarÃa a comerse, Elizabeth encuentra a su gato, libre de tierra y suciedad, frente a la puerta de su casa. Rita la consuela, compungida por la culpa, pues sabe que el responsable es su perro, Kurt, y que el delito podrÃa costarle la casa y el futuro. «A veces, el amor es tan profundo que simplemente no puede quedarse bajo tierra», le dice. Y Elizabeth decide creer.
Esta mentira, a duras penas piadosa, será el detonante de un polvorÃn de rencores y deseos ocultos que envuelve a la anciana y a su joven inquilina: los de un hijo que culpa a su madre por la muerte de su padre y por el accidente de equitación que lo dejó cojo; los de una nuera en un matrimonio infeliz que codicia su casa; los de un par de nietos malcriados cuyo amor se puede comprar, pero no durante mucho tiempo. Y, ante todo, será el descenso a la locura de dos mujeres con un apego instrumental y unas ambiciones tan elevadas como fantasiosas, en una huida hacia delante de pasados mejorables hacia futuros quiméricos.
Bajo esta premisa que oscila entre el vodevil y la novela de fantasmas al más puro estilo Henry James, Los idólatras y todos los que aman despliega un microcosmos de equÃvocos inabarcables, un escenario donde los personajes se encuentran y separan tan inmersos en sus propias maquinaciones que carecen del tiempo y de las ganas para reconocer su mutua humanidad. Adriana Murad Konings sorprende con una singularÃsima novela en la que el duelo por la muerte de una mascota abre las puertas a un universo disparatado —de una comicidad digna de Muriel Spark—, adictivo y lleno de emotividad.