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Autor de numerosas «máximas mínimas», Jardiel Poncela se inició como aforista en la prensa de los años veinte, bajo el influjo de Ramón Gómez de la Serna y Oscar Wilde. «Sin Ramón –llegó a decir– muchos de nosotros no seríamos nada». Descreído, irónico y sarcástico, aforismizó sobre la política, el matrimonio, las mujeres, la amistad, la experiencia y el público; en resumidas cuentas, sobre la seducción y el poder, o lo que viene a ser lo mismo, sobre el amor y la muerte. Los rasgos esenciales de su obra toda fueron la imaginación y el ingenio. En el prólogo a su novela Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, Enrique Jardiel Poncela resume su actitud esencial frente el mundo de esta manera: «Me río de todo, porque todo es risible. Me río de mí mismo, porque formo parte de ese todo»