Raúl Vallejo recoge los últimos restos de la noche, las últimas palabras, los enseres de pensar y de soñar, la bitácora, el mapa y el verso de Virgilio que lo guía en las encrucijadas. Por eso su poesía tiene el acento del peregrino. Su verso viene de lejos. Es una voz trasegada por muchos oficios, y está manchada de siglos, de espejismo, de innumerables mitos que corrigen su alma, de códigos arrancados al cielo para abrir las puertas de la vida cotidiana. En la margen de un destino, alguien lee: “He sido en otras vidas parte de la transparencia condenada/mancebo y aprendiz en academia de filósofo griego/prostituta azotada en las cercanías de un templo repleto de mercaderes/ predicador escondido en catacumbas o expuesto en la arena de un coliseo...” |