Hay que atreverse a compartir su sinceridad despiadada y honesta (ojalá no reconozcas la cruz roja que se erige entre mis piernas). Y si olvidamos juicios y líneas paralelas, si somos capaces de dejarnos mecer por sus palabras, por sus imágenes, por su sabiduría dolorosa, la belleza que aflora, compartida, fortalece, es seguro. Por sabernos entonces un poco más acompañados. Por poder también acompañarla a ella, despojándonos, desprendiéndonos, acercándonos. No es fácil, pero es plenamente enriquecedor. Y reconfortante. |