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En los cuentos de Carlos Piñeiro IñÃguez hasta las piedras hablan. Basta leer "Cádiyac", que es el monólogo del auto que perteneció a Perón, para demostrar que los objetos inanimados, igual que los seres humanos, pueden hablar, llorar y vociferar. El autor explota este procedimiento de manera exasperante hasta construir una parla fantástica entre el gorjeo y el chillido, una torre de Babel siempre a punto de derrumbarse por la tensión entre voces locales y extranjeras que conviven y se excluyen mutuamente.
El escritor apela al recurso de contar historias mÃnimas e Ãnfimas para develar otra historia mayor: la historia polÃtica del paÃs. Sus personajes, entre muchos otros, pueden ser un pastor evangelista, un coronel travestà o un dealer, como en el excepcional relato "Malditas balanzas chinas".
En esa fusión convive gente que deambula por la estación de Temperley o por un tugurio en Quilmes. Detrás de esas historias Ãntimas, se escucha un coro que impone el grito y la protesta al compás de los acordes de La Renga, Los Redondos, La 25 y otras bandas. Una topografÃa de voces y de músicas suburbanas que va desde la cumbia villera hasta el rock barrial. Los personajes de este libro hablan, respiran y bailan a la cadencia de estos ritmos. Es decir: viven. Y cuando el lector entra a formar parte de sus vidas, se transporta a otras expresiones y otros ámbitos que terminan por capturarlo.