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Hay escritores prematuros y escritores tardÃos, tan viejos como la historia de la literatura. El polÃgrafo Cristóbal Serra (Palma de Mallorca, 1922-2012) es uno de estos escritores de madurez, y hubo de esperar a sus postrimerÃas para culminar una obra original y sugestiva, que le valió el premio Ramon Llull (2000) y el tÃtulo de Doctor Honoris Causa por la Universidad de les Illes Balears (2006).
Escritor ciertamente pausado, entre los muchos epÃtetos que cosechó en vida se cuentan estos: ermitaño, micrólogo, crepuscular o agonista. Otros resultan pintorescos: lacedemonio, asnomanÃaco, sempertino o branquilógico. Pero, acaso, los calificativos que más le convienen sean: escritor raro o escritor de culto, y ello por ser un creador orillado, un defensor de la brevedad o un taoÃsta de siempre. Como manifiesta Diego Doncel en el prólogo, Cristóbal Serra fue un raro, es decir, vivió en la sociedad literaria española como una excepción. Situado en su atalaya de Mallorca, solitario, como siempre estuvo, construyó toda su obra al margen de los más revalidados discursos estéticos de su tiempo. Toda la obra de Serra es breve, alucinada y no deja indiferente a nadie que se haya acercado a ella. Hizo de la incapacidad para crear textos homogéneos, unitarios y cerrados, una virtud.
Cuando apareció su Ars Quimérica en Bitzoc, allá por los acabijos del siglo xx, ya habÃa cundido su pasión por los diálogos imaginarios y por los viajes fabulosos, asà como su desmedida preocupación apocalÃptica. A partir de ese momento, Cristóbal Serra se convirtió en un defensor y cultivador de la sabidurÃa solitaria, como Manuel Neila pone de manifiesto en las páginas de este libro, que recoge sus artÃculos publicados sobre el autor mallorquÃn en distintas revistas literarias desde 1997. Una oportunidad única para descubrir a uno de nuestros raros más ilustres, de cuya desaparición ahora se cumplen cinco años.