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Cuando se cumplen cincuenta años de la publicación de Pameos y meopas, la poesÃa de Julio Cortázar -todo en él era poesÃa- no ha hecho sino crecer en la consideración de lectores y crÃticos. Visionario, social, apocalÃptico, intrépido, desgajado, ebrio, desarraigado, cáustico, antiburgués, amargo, elegÃaco, tierno, expresionista, el Cortázar de Pameos y meopas es el germen de quien escribirá Le ragioni della collera y Salvo el crepúsculo.
Adelantado a su tiempo, bebedor de todos los espÃritus y todas las posi¬bilidades, el poeta argentino exhibió su conciencia de la crisis que afecta al lenguaje y del peligro que significan la domesticación de la literatura, la acep¬tación de un mundo sustancialmente injusto o el abandono de los grandes ideales de la revolución.
En su poesÃa encontramos un mani¬fiesto vital, escrito a contracorriente, fuera de tiempos y de modas, al hilo de todas las mareas estéticas y personales, en que se renueva la idea del creador como ser órfico, como liberador del lenguaje y del espÃritu. Por eso, la fragmentación, la dispersión, el juego, la ruptura, la poli¬fonÃa o el profundo compromiso con la realidad se convierten en los grandes ejes sobre los que se articula una obra poética siempre en expansión.
Desde una estética proteica, contra la Gran Costumbre, en reivindicación del pensamiento cronopio, la poesÃa se ofrece como lucha ante «la realidad odiosa» y como «historia de una sangre». Un afán insatisfecho lo acompaña siempre y el suyo es, por tanto, un designio poético de sustancias confusas, impulsivo y nunca relegado a una clasificación.
Por lo demás, la poesÃa cortazariana lleva inscrita genéticamente la nece¬sidad de ser más, de ir más allá de cualquier poética impuesta. Las pala¬bras son pájaros que libremente acuden a los alambres de la página, al árbol de la vida. La escritura no se elige: se escucha, se asume distraÃda, adánicamente. Esta distracción permite al poeta participar de profundis en la realidad en un proceso incesante de entusiasmo y consumación.
Su visceral rebelión comienza por la rebelión frente a las limitaciones del lenguaje heredado, la esterilidad de nuestra conducta lingüÃstica y la afasia semántica en que las «perras pala¬bras» están ancladas. La palabra que cuenta para Cortázar, que se siente anti-poeta como Nicanor Parra o Vicente Huidobro, es aquella «habitada por el fuego interno».
Es este el momento de defender el lugar frontal que Cortázar merece en la poesÃa hispánica, a la que aporta una frescura, un compromiso con la palabra y una voluntad de intervención en la realidad desconocidos.