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La reputación equivale a la estima, el respeto que una persona o una institución merecen. Son los demás, los otros, quienes nos premian o castigan con una buena o mala reputación, basándose en su percepción positiva o negativa sobre la calidad de nuestro trabajo. En sentido estricto, la reputación no se posee ni se controla, ni se compra ni se vende, solo se puede cultivar y merecer.
La vida enseña que la reputación influye hondamente en la toma de decisiones: votamos a polÃticos que nos merecen respeto, compramos productos y servicios que nos generan confianza. En definitiva, elegimos aquello que valoramos. Vivimos en una especie de casa de cristal donde todo se ve, todo se sabe, todo se juzga. Y donde la opinión pública se vuelve cada vez más exigente y reclama estándares más altos de responsabilidad.