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En estos tiempos de globalización, transvaloración y licuefacción de todo lo que fue sólido la identidad se torna un problema complejo, irresoluble. Deja de ser algo dado, heredado, esencial o fijo. Nada dura para toda la vida. Todo tiene fecha de caducidad. La aceleración y la digitalización han dado un giro radical a la existencia y a la identidad. Hoy dÃa contamos con equipos de identidad, incluyendo la virtual, que se arman con diligencia y se desmontan en su propia fugacidad. Actividades humanas como el sexo, el erotismo y el amor adquieren una dimensión nueva, en la que lo fundamental es la eliminación del compromiso, vivir el aquà y ahora. Las identidades, porque hay que pluralizar el término, son consecuentemente, mercancÃas de un mercado globalizado, productos de constitución esquiva, perfectamente usables para propósitos concretos individuales o colectivos, pero definitivamente concebidos para que sean consumidos al instante, probablemente por única vez y luego e inevitablemente desechados.
¿Quién soy yo hoy, si no tengo hogar, si carezco de vÃnculos solidarios, si soy un refugiado temporal, desplazado por las guerras y sus secuelas, si no tengo educación, alimentación, sanidad, seguridad ni libertad? ¿Quién soy yo, si el Estado y las leyes que me fundamentan, en términos de orden individual y social, son una fantasÃa, una quimera territorial aplastada por el peso de la globalización y la fragilidad polÃtica y desintegración de los Estados-nación? ¿Cuál habrá de ser el sentido de la esperanza? ¿Cuál será mi deber, en términos radicalmente éticos, mi responsabilidad frente a los demás, si no sé quién soy y, a pesar de ello, a cada instante debo elegir una identidad de borradura, de quita y pon? ¿Cuánto durará mi identidad o el conjunto de identidades con que vivo mi incertidumbre y mi precaria futurición?