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El adjetivo «incidental» flota en la portada de este libro desprovisto de cualquier asidero, huérfano de sintaxis, sin causa.
Incidental, como la música con la que da comienzo una pelÃcula o una obra teatral, pero ¿dónde se encontrarÃa la música? Incidental, como un hecho menor, accesorio ¿de qué objeto o hecho de mayor alcance o trascendencia?
El tÃtulo multiplica el poder de una ausencia siempre interrogada en la poesÃa de Eli Tolaretxipi. Como los vestigios que el sueño deja en la vigilia y que se expresan en el poema en forma de derrumbe: montañas que se desmoronan y que quedan reducidas a la blanca planicie de la cama.
Acercarse o alejarse del mar —una de las grandes fuerzas nutricias de su poesÃa— parece a veces resumen de su vigor metafórico. Como si, de alguna forma, todo se redujera a ese movimiento. Eli Tolaretxipi contempla el horizonte como una bisagra que comunicara los dos mundos.
«No hay puerta. / Una es la puerta». Los valores de la ausencia y la presencia se invierten y se dirÃa que, todavÃa más que la ausencia, es la presencia la que debe ser conquistada.
Lo áspero, lo viscoso, lo turbio, y también lo secundario, lo subalterno, lo subsidiario, ofrecen visiones huidizas, confesiones pasajeras de la luz, objetos envueltos en celofán que incitan al tacto impedido.
«No es dolor. Es malestar». Gran conocedora de los estados intermedios, la profunda observadora que es Eli Tolaretxipi resulta a su vez observada por la naturaleza. Mas la radiografÃa siempre se desvanece y todo vuelve a empezar para una poesÃa que se escribe a la orilla del mar «mientras sube el agua».