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¿Has visto alguna vez en el campo a mediodÃa una ampolleta eléctrica encendida? Yo he visto una. Es uno de los malos recuerdos de mi existencia.
Asà como la frase de arriba, asÃ, tan extraña, incomprensible, pero a la vez repleta de un sentido que no se quiso decir. AsÃ, polifónica, concertante, desconcertante, incontenible, contenible, angustiante, liberadora e irrisoria de lo presuntamente serio… dicho en clave poco seria. AsÃ, atrapante, esquizoide y atractiva; asà —tan difusamente— es la literatura de Juan Emar, escritor chileno cuyo verdadero nombre fue Ãlvaro Yáñez Bianchi, quien fuera, además, hijo de Eliodoro Yáñez. En fin, un autor que, con su pseudónimo, se vio en la necesidad de contarle a todos los que lo leyeran algún dÃa que “estaba harto†(J en ai marre: expresión francesa que denota hastÃo). De forma que este libro suyo, escrito en 1934, como delata su tÃtulo, y que se lanzó hace apenas un mes y medio, es una reedición de una especie de novela experimental cuya circulación es, hasta ahora, nula en Chile y, como es obvio, en el mundo entero. Parte hablando de MartÃn Quilpué, un hombre que camina bajo el sol y que desparrama lÃquidos espesos para luego rebotar en ellos, inverosÃmilmente. Un ser humano que adora escabullirse en las malezas de lo escondido. Después de esto, habla de abejas de lugares de fiestas de gritos de mujeres de vÃrgenes. Después sigue hablando de más seres más excéntricos: Naltagua, su amigo, el capitán Angol, Rubén de Loa, Tomás Copiapó, etc., quienes curiosamente tienen, como apellidos, nombres de poblados de Chile.