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Entre 1839 y 1946, es decir entre sus nueve y dieciséis años, Emily Dickinson llevó adelante la tarea de recolección, prensado y clasificación de flores extraÃdas de bosques y praderas cercanas a su casa. Como resultado, un herbario que contiene 424 especies, etiquetadas con precisión y hasta cierto rigor cientÃfico, distribuido en 66 páginas de un álbum encuadernado en cuero.
Luego dejó a un lado el proyecto para dedicarse enteramente a la escritura, pero nunca abandonó los jardines, ni el arte de la contemplación del mundo que la rodeaba. AsÃ, lo vital que cada Ãnfima existencia destila (y que ella se ocupa de cristalizar), devino palabra.
Un trébol y una abeja es todo lo que se necesita para hacer una pradera, dice la poeta e imbrica Ãntimamente lo humano con el ciclo vital de todo aquello que respira.