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Es la misma complejidad de la crisis actual de cada historiador la que, proyectada sobre el pasado, multiplica interpretaciones entre sà incompatibles. Tienen todas ellas, sin embargo, algo de común al abordar la experiencia de la Revolución de Mayo: explican la crisis final de la monarquÃa católica española, crisis desencadenada por la presión de una Europa envuelta en un largo ciclo de guerras revolucionarias, desentendiéndose (por lo menos, en el plano ideológico) de todo aspecto no vinculado con el legado español tradicional. Es la variedad, por otra parte muy real, de ese legado insospechadamente rico, son las orientaciones divergentes de los historiadores que a él se aproximan para buscar allà la clave de la crisis española en la que se inserta la revolución americana, las que motivan la multiplicidad de soluciones al problema de los orÃgenes revolucionarios. No se examinan aquà todas esas soluciones: serÃa imposible y acaso también escasamente interesante hacerlo. Se muestran tan sólo dos, escogidas por su intrÃnseco valor y por el eco que han encontrado, gracias al cual constituyen el punto de partida necesario para muchas otras, que sólo vienen a diferenciarse de ellas en puntos menores. Se trata de las de Ricardo Levene, por un lado, y Manuel Giménez Fernández, por el otro.