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El 2 de julio de 1888 por la mañana, en el 2º Izquierda del número 109 de la madrileña calle de Fuencarral, la policÃa, alarmada por los vecinos, encontró el cuerpo sin vida de Luciana Borcino ardiendo en una habitación cerrada. Justo en el cuarto de al lado, la sirvienta, Higinia Balaguer Ostalé, dormÃa bajo el efecto de un narcótico acompañada por el bulldog de la propietaria. Lo estereotipado de los sospechosos —la criada explotada y maltratada, y el hijo de la vÃctima, señorito casquivano y derrochador— provocó que el asesinato fuera el centro de todas las conversaciones y llenara páginas y más páginas en todos los diarios de la época.