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El final de la guerra de Malvinas fue especialmente doloroso para la Argentina. Después de ese amargo 10 de junio de 1982, el silencio cayó pesadamente sobre el tema. No se habló de la guerra perdida, ni de los caÃdos, que quedaron allÃ, en sepulturas improvisadas, sin ceremonias, ni honores y, sobre todo, sin nombre.
En diciembre de 1982, las autoridades británicas le encomendaron al capitán Geoffrey Cardozo una tarea penosa: exhumar e identificar los restos de los soldados argentinos caÃdos y elaborar un informe. Varios años más tarde, el veterano argentino Julio Aro decidió que habÃa que hacer algo por las 121 familias que tenÃan a sus muertos enterrados bajo la frase: "Soldado argentino solo conocido por Dios". El azar quiso que conociera a Cardozo en Londres y, a partir de ese encuentro, la historia cambió.