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Desde muy joven me sentà atraÃdo por la poesÃa, desde Homero, Catulo, Virgilio, Horacio u Ovidio hasta Lorca o Machado, pero nunca me esforcé en escribir poemas, o porque se me antojaba una cima inalcanzable o por identificarme más con la prosa: Séneca, Cervantes, Proust o Mann. Todo cambió cuando descubrà a Rilke, llegando a transformar mis preferencias juveniles. Pero ya era tarde y sin opción alguna de recuperar un pasado lejano, a pesar de lo cual me sumergà un tanto alocadamente en la nebulosa de la incertidumbre. En el ocaso de mi existencia, ya solo me queda vivir de los recuerdos, transformados, tal vez, por una vana ilusión, hasta el extremo de que mis pensamientos no sé si responden a una realidad pasada, a una mera transformación ficticia o a un simple deseo banal e inútil. Mis versos no son más que el resultado de una amalgama de hábitos psicosomáticos muy concretos alterados por el impacto del mundo que los rodea. La división del poemario en ocho capÃtulos es pura anécdota al carecer de hilo conductor común. Los seis años transcurridos desde el primero al último poema son demasiados para pretenderlo, aunque existen elementos externos que podrÃan agruparlos: las Villas de Benicà ssim y el verano. De ahà el tÃtulo del libro.