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Apreciado por la historiografÃa y recuperado durante la Transición como director “de culto†por cinéfilos de toda clase y condición, Edgar Neville se considera un rara avis dentro de la convulsa industria cinematográfica de posguerra. Una condición que ha alcanzado merced al singular estilo como cineasta que impregna a todas sus pelÃculas, y por el elevado nivel que alcanza a mitad de la década de los cuarenta, cuando encadena cuatro obras esenciales del cine nacional: La torre de los siete jorobados, Domingo de Carnaval, La vida en un hilo y El crimen de la calle de Bordadores. Un momento de esplendor que, paradójicamente, ha oscurecido el resto de su filmografÃa y ha dificultado la incorporación de Neville dentro del conjunto de la Historia del Cine Español.
A este encaje tampoco ha ayudado la confusa, y en ocasiones, esquiva biografÃa de Neville. Además de trabajar en el cine como productor, director y guionista, Neville fue diplomático, escritor, humorista, autor teatral, crÃtico, jugador de jockey sobre hielo. La personalidad del cineasta forma asà un complejo caleidoscopio preñado de enigmas, alguno
de los cuales se encargó él mismo de diseminar para explicar su controvertida actuación durante la Guerra Civil.
Unos misterios, en todo caso, que es preciso aclarar.