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De niña me gustaba cerrar los ojos muy fuerte, apretarlos hasta que me dolieran los párpados, hasta que sintiera cosquillas alrededor de la cabeza, hasta que ya no aguantara, y luego abrirlos de repente, como cuando el sol te deslumbra y tienes que cerrar y apretar, cerrar y apretar, apagar el sol a parpadeos. Lo hacÃa cuando escuchaba gritos: mi mamá le gritaba a mi hermano, mi hermano le gritaba a mi mamá, mi papá nos gritaba a todos cada vez que podÃa, siempre nos gritaba cuando querÃa. Y de los gritos a los golpes, y de los golpes a los besos a mi mamá y de los besos a abrazarla y tocarle todo el cuerpo para pedir perdón y luego exigirlo también a gritos. Yo cerraba los ojos buscando silencio, pensaba que asà nadie dirÃa mi nombre, nadie gritarÃa que venga esa pendeja de Lucero, a ver si sirve para algo, que le sirva a su tÃo, que le cambie el plato a mi compadre, o le sirve ella o le sirves tú, si es que también sirves para algo.