Disponible bajo pedido
Desde hace 300 años los masones se llaman a sà mismos hijos de la Acacia porque este árbol, al tener la hoja perenne, simboliza la inmortalidad. Fue un notable hallazgo el que en 1717 una asociación civil asumiera como finalidad la mera reunión fraternal de personas de toda religión, raza o clase social y que, convencidos de la existencia de Dios, acordaran debatir sobre todo tipo de asuntos relacionados con el mundo del pensamiento, el arte, la filosofÃa, en fin, la cultura, con prohibición expresa de tratar asuntos polÃticos o religiosos. Entonces ¿por qué fue prohibida en numerosos Estados y fue condenada por diversas confesiones religiosas? ¿Acaso por su juramento de secreto o por conspirar con la oculta finalidad de imponer una República Universal? Lo cierto es que, durante los siglos XVIII y XIX, fueron masones numerosos monarcas de Europa y buena parte de la nobleza titulada que ocupaba los más altos cargos polÃticos. Igualmente, eran masones cientos de sacerdotes católicos, muchos de ellos cardenales y obispos. Asà las cosas ¿por qué motivo tales monarcas, como jefes de Estado de sus respectivos territorios, participarÃan en una revolución que buscaba destronarles? ¿Qué sentido tendrÃa que los obispos masones se prevalieran de su posición en la diócesis para conspirar contra la Iglesia, es decir contra sà mismos? Para muchos, la masonerÃa fue una sociedad secreta al servicio de organizaciones republicanas, izquierdistas y anticlericales. No obstante, la presencia de nobles en las logias, con su perfil conservador, monárquico y católico, plantea una inquietante paradoja. En rigor, más que una sociedad secreta, fue una sociedad con secretos, con el mismo derecho a ellos que el que asiste a sacerdotes, periodistas, abogados, empresarios (secreto de confesión, secreto profesional, acuerdos de confidencialidad, patentes, etc.). Y sin embargo, habÃa algo en el secreto masónico, que justificaba las prevenciones de los Estados y de la propia Iglesia católica contra la masonerÃa