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Dejando aparte la situación vivida con la pandemia, el sÃndrome post-UCI aparece entre el 20-50% de los pacientes que ingresan en estos servicios y que requieren sedación y/o intubación u otras técnicas intervencionistas. Dentro de sus manifestaciones clÃnicas, se caracteriza por la aparición de secuelas fÃsicas (como la debilidad adquirida en UCI o DAUCI, la disfagia, el dolor, etcétera), secuelas cognitivas (dificultad en fijar la atención, pérdida de memoria y lentitud en el aprendizaje o en el procesamiento de la información), asà como secuelas psicológicas y psiquiátricas, que van desde la ansiedad, pasando por la depresión o el sÃndrome de estrés postraumático. Si bien, es cierto, que la mayorÃa de estas secuelas se superan, requieren un manejo por equipos sanitarios multidisciplinarios, durante un periodo de tiempo muy prolongado, que en un gran porcentaje de casos puede sobrepasar el año. Esto implica mermas muy notorias, en la incorporación y desempeño de la persona en actividades de su vida diaria, tan básicas como el aseo y otras facetas de los autocuidados. Es por ello que los grupos multidisciplinares deben englobar no sólo intensivistas, sino también enfermeras, nutricionistas, rehabilitadores, fisioterapeutas, asistentes sociales, psicólogos, psiquiatras y terapeutas ocupacionales, entre otros. Como ya hemos referido anteriormente y desarrollaremos a lo largo de este libro, dentro de las alteraciones fÃsicas la debilidad muscular adquirida en uci es un problema muy importante. Suele afectar sobre todo a la musculatura esquelética y también a la orofarÃngea, lo que conlleva la aparición de disfagia tanto de seguridad como de eficacia, especialmente, en aquellos enfermos que han sido sometidos a ventilación mecánica y, dentro de este grupo, tiene una mayor incidencia en aquellos casos en que ha sido necesario realizar una traqueotomÃa.