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Cuando Giovanna entró a la capilla de la prisión, el padre Amado estaba prendiendo el primer cirio. Como si el tiempo se hubiera detenido en su alma, el buen cura se quedó mirándola, mientras la luz del cirio le bañaba la mano, el brazo en alto, y el rostro enrojecido por la emoción. "¿MarÃa Magdalena?", pensó. Y asà estuvo un buen rato, con el corazón en vilo y la boca abierta, hasta que un monaguillo se acercó corriendo y le dijo al oÃdo: -Padre: ¡se le está quemando la sotana!