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La historia de Pedro Manrique Figueroa dio de qué hablar hace más de un lustro, cuando Luis Ospina estrenó el documental Un tigre de papel. El film buscaba iluminar la figura del “precusor del collage†en Colombia con los testimonios de personas relativamente famosas en las artes, la historia y la polÃtica. Un balance de opiniones bien orquestado, anécdotas y collages fueron suficientes para crear un perfil verosÃmil sobre un personaje enteramente falso. Entre los entrevistados, Carolina SanÃn aparece dando su versión del pretendido precursor sentada en una piedra en el parque central de Nueva York.
Su papel en el documental no se limitó sin embargo a decir su parlamento sobre Manrique, por el contrario, como lo revela en su librito “Yosoyu†(2013), hizo parte activa en la creación del personaje Pedro Manrique Figueroa junto con Lucas Ospina y otro. En su prólogo, SanÃn da algunos detalles de cómo concibió junto a sus amigos a Pedro Manrique Figueroa, primero el signatario de collages hechos por Ospina y luego el objeto de artÃculos biográficos, los mismos que contiene Yosoyu (con algunas revisiones), que aparecieron hace trece y catorce años en la revista Valdez.
Las prosas que conforman Yosoyu hablan de fragmentos de la vida del artista apócrifo. En los apartes dispersos de su vida encontramos al maestro Figueroa reformulando el discurso socialista por medio del “Plan Tustedâ€, cuya premisa es “aplicar el materialismo histórico a [la] división interna de la segunda persona gramatical del castellanoâ€; o en una misión adventista en el Amazonas, donde reporta, a la manera de un cronista de indias, los usos y la lengua de los indios, que le hacen repetir “yosóyu néstor bitoâ€; o simplemente como autor de chistes. En sus distintos avatares, Figueroa, cándido y patético, se embarca en empresas absurdas, y con sus dogmas y sus performances artÃsticos, se convierte en el bufón de esta historia.
El interés predominante de Yosoyu es hacer reir. Para ello, SanÃn sitúa a Figueroa en circunstancias exageradas y absurdas o bien se dedica a parodiar los modos de hablar de las clases sociales de este paÃs de artistas. Si las anécdotas de Figueroa son chistosas, lo otro generalmente no. Se avanza en su lectura y lo que se encuentra son variaciones sobre el mismo gesto chistoso: señalar el gazapo en el testimonio de quienes conocieron a Pedro; llevarlo hasta el extremo de lo ridÃculo. A fuerza de exagerar y repetir de seguro se consigue una risa, pero la misma fórmula, de tan repetida, se torna estéril. No obstante, hay que reconocerle a la autora el oÃdo fino para captar el modo torpe y descuidado en que cada vez más se habla el castellano. La última parte del libro, recopilación de cartas enviadas referentes a Figueroa, pecan de lo susodicho.